La finalidad de un matrimonio y de una familia, es, por un lado, la felicidad de los propios cónyuges y su crecimiento humano y espiritual juntos, y por otro lado, la procreación y educación de los hijos. No puede admitirse un matrimonio en que sólo se buscara la primera finalidad sin buscar la segunda. Estaría faltando a una obligación seria y responsable de ese matrimonio en el seno de la sociedad. Por lo menos en condiciones y situaciones normales.
Es pues, un deber serio de los padres el saber dedicar parte de su tiempo y su actividad a la atención y cuidado de sus hijos, tanto en plano material y biológico, como en el plano intelectual y espiritual. Un descuido en este sentido implica una falta grave en el cumplimiento de sus obligaciones de padre o de madre.
¿Creen ustedes que esto se cumple siempre? Pongan algunos ejemplos que conozcan y den su apreciación.
Los padres son los educadores natos y primeros de sus hijos. Ellos pueden delegar una parte de esa educación en maestros o educadores escogidos por ellos, pero no en personas que pretendan inculcarles a sus hijos principios opuestos a los de los padres, o que impidan de alguna manera el contacto necesario entre padres e hijos, para que pueda darse la relación educativa entre ellos.
Por eso, debe cuidarse que los hijos estén lo suficientemente cerca de la casa familiar, y que los períodos de alejamiento por permanencia en la escuela u otras actividades no sean demasiado frecuentes ni prolongados.
Los padres deben velar continuamente sobre todas las actividades de sus hijos y acompañarles en lo posible en las mismas. Deben atender de modo especial a sus modos de recreación o diversión, a los programas de radio o TV o las películas a que tienen acceso, porque pudieran ser dañinas para ellos. Y observar bien sus compañías y amistades por la misma razón.
La educación es obra de amor. Si los padres dan amor a sus hijos, éstos percibirán ese amor y devolverán amor. De igual manera, los padres deben dar a sus hijos el ejemplo de una vida de amor entre ellos dos y reservar sus discusiones para momentos y lugares en que no estén los hijos presentes. Los hijos deben ser criados en un ambiente de paz y felicidad. Los padres deben preocuparse de que ese ambiente se preserve siempre en su hogar.
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